jueves, 17 de diciembre de 2020

Devocional

Devocional 16|12|20 por María del Carmen Fabbri Rojas 



“Tanto amó Dios al mundo, que no dudó en entregarle a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna” (Jn 3:16, BLPH).

Navidad está cerca. La fecha en que el Dios Hijo bajó a esta tierra. Cuando no existía nada, Él fue la Palabra con que Dios creó el mundo. El universo entero, a partir de la nada.

Después empezó a pasar todo lo que narra la Biblia, hasta el momento en que esa Persona inmensa se hizo un bebecito y nació de María. Más tarde murió en una cruz por delitos que no eran suyos. Por mis pecados, por ejemplo.

¡Señor! ¿para qué hiciste todo eso? ¿Qué ganas, Dios con eso?
¿A mí? ¿Realmente lo hiciste para rescatarme? ¿Para tenerme a tu lado por toda la eternidad? ¿Literalmente moviste cielo y tierra para que yo esté con Vos?

¡Ay, Señor! ¡Debería decirte que hiciste el peor negocio! ¡Que en este trueque perdiste como en la guerra!

Pero… ¡qué bendición que Vos no pienses de la misma manera!

Que te hayas hecho un ser humano como yo, y hayas dado tu vida en mi lugar. Por mí. Y por él, por ella, por ellos, por nosotros. Por todos. Para que podamos tener la posibilidad de arrepentirnos, de decirte “ayúdame” y amigarnos con Dios.

Para Vos no somos una mera muchedumbre ni una masa informe. Para tus ojos tenemos nombre y cara. Y nos querés, a cada uno, a tu lado. Para siempre a tu lado.

Señor, te confieso que no alcanzo a entenderlo. A ese amor tuyo. Tu loco amor, Señor. Tan grande, tan generoso. Y sobre todo, tan inmerecido…

Claro, por eso se llama gracia. La gracia es un regalo.

El gran regalo que nos enviaste en la forma de ese bebé, Jesús.
Gracias, Señor. ¿Sabes? ¡Toda esa eternidad no va a alcanzar para decirte gracias!

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